REFLEXIONES
La tortilla de parentalidad positiva
No sé si os habrá pasado como a mí pero pensaba que mi madre hacía el mejor cocido del mundo, y ninguno que probara fuera de casa era como el de ella. No sólo me pasaba con los garbanzos sino con otras muchas comidas que nunca llegaban a la excelencia de las de mi madre. Sin embargo, con el paso del tiempo me he dado cuenta de que no era así, que he paladeado mejores. Pues bien, tras varios años dándole vueltas al tema creo que hoy puedo darle una explicación de por qué creo que esta incondicionalidad con los guisos maternos puede llegar a ser hasta un factor de protección.
Mi segundo post (hace dos años cuando arrancábamos este camino que es el blog) fue las tablas de multiplicar y la parentalidad positiva. Allí ya dejaba entrever que se podía haber titulado dicha entrada como «la tortilla de patata y la parentalidad positiva». Me encanta cocinar pero no consigo hacer una tortilla de patata como dios manda. Antes de ayer fue mi último intento. Nada, no consigo que quede como quiero. Lo he intentado todo; patata en cuadradillos, en forma de hojas, huevos superbatidos, con un poco de levadura, a fuego lento, con y sin cebolla,… Pero lo que sí que sé es el esfuerzo que supone hacerla. Son 40 minutos de curro que se materializan en uno de los mejores bocados del mundo culinario. Así que si no lo has pensado nunca, quien te hace una tortilla de patata te regala su tiempo, y más cuando se ha realizado de manera slow, poco a poco, cuidando los ingredientes y sus tiempos de cocinado. Pero ¿Qué tiene que ver todo esto con la parentalidad competente?
Pues bien, la semana pasada estábamos en plena crisis con un adolescente y su madre, los cuales están muy vinculados (más de lo que ellos se creen), pero de un tiempo a esta parte todo son problemas. Uno de los reproches que le echa en cara a su madre es que no cocina y que en su casa nunca cenan. Rescatando la importancia que él le daba al tema, Ángel nos dice que lo que realmente le encanta es la tortilla de patata de su madre y nos la describe como una argamasa deforme, que se le salen las patatas y el huevo por los lados, pero que a él le encanta cuando se la hace. Cuando se lo dijimos a la madre ésta nos reconoció que era «una mierda de tortilla», pero hubo que insistirle que a su hijo de 15 años, con el que ahora está en guerra, le encanta, y que esa tortilla tiene un contenido más allá de las patatas, los huevos y la cebolla. Ahí se destapa la invisibilidad de la parentalidad positiva, en aspectos tan subatómicos como una tortilla. Lo mismo que me pasaba a mi con el cocido, que era el de mi madre, el que me daba seguridad, el que asociaba a un entorno bientratante, al que generaba una explosión de emociones positivas que se iban almacenando en mi memoria implícita.
¿Que qué es la memoria implícita? Pues la memoria no verbal, que casi desde el momento de la gestación, en el útero materno, empieza a «grabar información». De una manera rápida podemos decir que es el habitáculo de los recuerdos emotivos. Si nos ponemos un poco más técnicos hay que apuntar que también se denomina procedimental y es donde se almacenan de manera inconsciente hábitos, sensaciones y habilidades, como puede ser andar en bici. Pero de lo que estamos hablando en realidad es de la memoria emocional, que son reacciones, gestos, sentimientos que se fijan en respuesta a sensaciones (amor, bronca, retos, indiferencia, sensaciones positivas). Esta memoria como hemos dicho comienza a funcionar desde que llegamos al mundo, incluso desde dentro del útero. Por eso es tan importante el amor y cuidado de los niños, no sólo con respecto al alimento sino a la forma de tratarlos, incluso antes de que se desarrolle su memoria explicita. Estas cosas quedan grabadas para siempre.Siguiendo con el mismo caso del ejemplo, Ángel cada vez que suena el timbre del Centro pega un bote del susto que se mete. Es el único. Su memoria está hipersensibilizada a ruidos bruscos, posiblemente de discusiones, malas noches, peleas que tuvo que presenciar desde recién nacido.
En cambio la memoria explícita es la que se va almacenando de manera verbal, que también se conoce como episódica. Está relacionada con sucesos autobiográficos (momentos, lugares, emociones asociadas y demás conocimientos contextuales) que pueden evocarse de forma consciente. Como os podéis imaginar esta aparece mucho más tarde que la implícita. Cuando están bien integradas las dos (implícita y explícita) es una maravilla y es el reflejo de una salud psíquica. Eres capaz de narrar los sentimientos de un episodio y de revivirlos de una manera adecuada a la vez que secuencias el episodio de manera ordenada y secuenciada. El problema viene cuando hay una disociación por la carga emocional del episodio y no hay una buena narración entre lo sucedido y lo vivido.
La conclusión para no aburrir con tecnicismos (en este post queda mejor explicado: ver post) es que los contextos son fundamentales a la hora de ejercer una buena parentalidad. Son invisibles y la mayoría de las veces inconscientes, pero tienen esa capacidad de posibilitar… pero también de limitar. Los que me habéis escuchado en más de una ocasión sabéis que insisto en las comidas, en el juego, en los paseos, en las rutinas, en los acompañamientos… donde aparentemente no pasa nada pero
realmente pasa todo. Ya veis que carga tiene una tortilla o un cocido. Son contextos no verbales que pueden tener un contenido bientratante extraordinario y que es realmente y que es realmente la gran apuesta para ejercer una buena parentalidad. Y en ocasiones en los que los conflictos tan inevitables y necesarios a la vez entre progenitores, cuidadores e hijos aparecen, este envoltorio puede ser el contenedor y facilitador de la contención o resolución. Más allá de lo verbal.
Así pues, cuando escucho un comentario sobre la excelencia del plato de una madre o un padre en los niños y niñas o adolescentes con los que compartimos tiempos y espacios, me encanta y me sale una sonrisa porque tiene un trasfondo emocional y de vinculación positiva que merece la pena rescatar y reconocer.
PD: Ama si estás leyendo esto, nadie puede con tus pimientos rellenos 😉
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